miércoles, 20 de octubre de 2010

En vena


Y al tercer día resucitó de entre los muertos. O quizás fueron miles de ellos más, al menos eso le parecieron. Allí estuvo él mirando por la ventana, observando, tratando de entender a todas esas personas que se sonreían sin sentir absolutamente nada vivo en el fondo de su ropa interior. Pero poco a poco comprendía. Escuchando a Quique González cuando bajaba y a Radiohead cuando subía. Y todos los pequeños detalles que tenían lugar a su alrededor, todas esas casualidades y todas esos errores y expresiones que chocaban y chocaban contra su cabeza todas las mañanas en las que se levantaba con el pie derecho, colaboraban a ello. Se sentía en vena. Afortunado. Y no sabía porqué. Lo mismo daba, pero el caso es que pasaba en el momento adecuado. Como un arma precisa que dispara directamente entre tus ojos para decirte:
Ei chico! puede que tengas demasiadas esperanzas para pensar siquiera en las expectativas así que, acuéstate y disfruta.

lunes, 11 de octubre de 2010

snif

Y sorprendentemente unas horas después necesito volver a escribir. Por mí y por el mundo. Mucho en la cabeza y nada concreto que me sirva para expresarme. Y ese es el problema, que nadie concreta y nadie sabe expresarse cuando realmente es necesario, cuando merece la pena. Y hacemos daños y herimos y a cada paso que damos no nos conocemos. Y si de algo me ha servido este blog es para alcanzar la única certeza que ahora mismo puedo afirmar. Estamos perdidos y aunque nos cojan de la mano nos empeñamos en soltarnos y caminar solos y no sé si debemos caminar alejados, cada uno por su acera o lo que realmente deberíamos hacer es correr juntos por el centro de la calle. Intentamos entendernos y reflexionamos y lo que ahora mismo tengo claro es que todos somos unos pequeños Holden Caulfield hiperbolizados. No me entiendo. Hasta mañana

domingo, 10 de octubre de 2010

Desilusión


Y oh! creo que he escuchado el sonido de unos cristales al romperse. Sabes esto que dicen de "de tan bueno que eres pareces tonto" ? pues es la mayor verdad que te dirán jamás. No trates de mirar hacia otro lado y pensar, no, para nada, yo siempre estoy un paso por delante yo nunca permití, permito o permitiré que me ocurra eso. Y entonces es cuando llega tu cerebro para decirte al oído: eres un maldito gilipollas. Y esa duda arraiga en el interior de tu mundo. Y cada palabra o gesto o ausencia de ellos cobran para tí un sentido que antes no tenían. Y crece y se reproduce pero no muere, y no muere porque tú te aferras al pensamiento idealizado, a esas ideas que ya empiezan a formar parte del extraradio. Todo sigue sucediendo hasta que esas mismas palabras terminan un día por romper, en mil trozos, el cristal negro que te cegaba, y la onda expansiva te golpea y despiertas una noche para sorprenderte pensando, sentado en la acera: no tengo ni idea de por qué me preocupo, si ya no merece la pena.